La duda nos surge sobre el medio que utilizaron los dioses olímpicos para repartirse el mundo tras su particular Juego de Tronos, una duda que seguimos sin poder resolver. Zeus se quedó con la región celeste y a cargo de todos los mortales, Poseidón se quedó con el mundo marino y submarino y Hades se quedó con el inframundo, con el mundo subterráneo o con el mundo de los muertos.
En contra de lo que pueda parecer, Zeus no tenía más poder que sus otros dos hermanos, ya que las tres fuerzas se conjugaban para que el mundo pudiera seguir su curso. De hecho, tal vez el más poderoso de los tres hermanos fuera Poseidón, el dios de esos océanos capaces de arrasar la tierra. Tampoco vayamos a pensar que el poder de Hades era escaso, siendo como era el que equilibraba el número de pobladores en el mundo. Es precisamente Hades el que nos pregunta desde su morada en el inframundo si es posible un mundo sin muertes, si acaso es posible la vida sin la muerte.
Geografía del inframundo
A los antiguos griegos no les gustaba hablar demasiado de la muerte ni de lo que allí ocurría, por eso nos encontramos con tantos nombres dados al inframundo. Hades, Tártaro, Averno, Infierno, mundo subterráneo…son todo denominaciones para describir el lugar donde terminaba la vida. Es muy difícil establecer una geografía precisa o describir con exactitud cómo funcionaba el mundo de los muertos, pero vamos a intentarlo.
El inframundo tenía localizada su entrada en el Averno, señalado por una enorme plantación de álamos negros. Allí llegaban los muertos con su óbolo o cualquier otra moneda de curso legal para pagar al barquero Caronte. Un barquero que nadie sabe si estaba vivo o muerto, tapado con una capucha al nadie jamás vio la cara ni escuchó su voz. O tal vez es que nadie regresó para contarnos cómo era aquel barquero Caronte.
Este barquero cruzaba el Aqueronte y depositaba a los muertos en la primera región del Tártaro, en los Campos de Asfódelos donde vagaban hasta llegaban a la segunda región, el Érebo, muy cerca del palacio de Hades y Perséfone. Allí eran juzgados por Minos, Éaco y Radamantis y en función del veredicto eran conducidos a su destino final. Las almas que no eran ni buenas ni malas, sino regulares volvían para siempre a los Campos de Asfódelos, por lo que intuimos que era la región más poblada del Inframundo.
Sin embargo, las almas miserables eran conducidas a los campos de castigo del Tártaro, de la que apenas hay descripciones por motivos obvios. Mejor suerte corrían las almas buenas y honestas y porque eran trasladadas a los jardines del Elíseo, un lugar dirigido por Cronos al que todos los muertos querían llegar. Cuentan que en el Elíseo nunca hacía ni mucho frío ni mucho calor, que no existía la noche porque el día era eterno y que esa eternidad se ocupaba entre juegos y fiestas.

El día que el Inframundo se quedó sin muertos
El señor de los muertos es Hades, que rige el inframundo con un casco que le hace invisible de la misma forma que Zeus tiene el rayo y Poseidón el tridente. Gobierna junto a su esposa y sobrina Perséfone a la que un buen día raptó, que fue el mismo día que la primavera llegó a su fin. Todo aquello que se encuentra bajo la tierra es propiedad de Hades, por eso también le llaman ‘Pluto’, por la cantidad de riquezas que se acumulan en sus dominios.
No podemos menospreciar el poder de este dios del que nadie quiere hablar ni oír hablar. Hades representa el equilibrio y de él depende que se complete el ciclo de la vida, un ciclo que termina precisamente en su reino del inframundo. En dos ocasiones se puso en jaque al señor de los muertos, pero en ambas ocasiones salió vencedor porque al final se trata del dios más inevitable de todos los olímpicos.
El día que Asclepio llegó a su punto álgido como médico fue cuando consiguió devolver a la vida a un muerto, más concretamente a Hipólito. Lo que todos los mortales celebraron como una gran victoria, dejó a los dioses sin aliento temiendo que se alterara el orden establecido. Hades intervino exigiendo a Zeus que pusiera fin a ese sinsentido y Zeus no tardó ni un minuto en acabar con el médico Asclepio a golpe de rayo. Un alma más para el Tártaro.
También se la jugó a Hades el astuto Sísifo, del que algunos dicen que fue el verdadero padre de Odiseo. Pero solo son rumores. Sísifo murió en varias ocasiones, algo poco habitual. La primera vez que murió exigió una charla con Hades y hablando hablando, Sísifo enredó al dios con su elocuencia, le mostró unos grilletes y le dijo que podía enseñarle a usarlos. Hades cayó en la trampa porque no estaba acostumbrado a la verborrea de un leguleyo como aquél y Sísifo probó el funcionamiento de los grilletes en el propio dios.
El escándalo fue mayúsculo porque con Hades esposado y sin poder maniobrar nadie podía morir. Así estuvo varios días y el inframundo dejó de recibir muertos. Una vez más, el equilibrio se había roto y había que poner a cada cual en su sitio. Fue el dios Ares, que también estaba muy interesado en que la gente siguiera muriendo, el que capturó a Sísifo y liberó a Hades. El castigo que los dioses impusieron a Sísifo merece capítulo aparte, un castigo que sigue cumpliendo porque fue eterno.
Laura Vélez