En la antigua Grecia la adivinación no era simplemente un método para conocer de antemano acontecimientos futuros, era también un medio de comunicación entre dioses y hombres. La adivinación se consideraba la única manera de conocer la voluntad divina aunque los designios de los dioses también se transmitían en los oráculos. La importancia de los oráculos y los adivinos nos la ha transmitido la mitología griega y nos hacemos eco de ella.
La adivinación en la antigua Grecia
Las fuentes literarias destacan dos figuras fundamentales en el arte de interpretar el lenguaje de los dioses: Tiresias y Calcante. Más adelante los conoceremos más a fondo. Para empezar, conviene aclarar que se diferenciaban dos tipos de adivinación: la adivinación y la adivinación artificial.
Mediante la adivinación natural un dios manifestaba su voluntad a través de una persona a la que provocaba un éxtasis. Esta persona podría corresponder al actual médium y esto ocurría generalmente en los oráculos.
Por su parte, la adivinación artificial consistía en una técnica aprendida. Un adivino o mantis descifraba el mensaje que los dioses enviaban a través de diferentes signos. Los sacerdotes o adivinos utilizaban distintos procedimientos como la interpretación del vuelo de las aves, las vísceras de animales, los sueños, la lectura del fuego, etc.
Tiresias, el primer transexual de la historia
Conocemos a Tiresias como un anciano ciego con bastón que participó como adivino en las leyendas tebanas. Fue él quien reveló a Edipo su verdadera identidad y las tragedias que se avecinaban. Pero antes de eso Tiresias había tenido una juventud marcada por un extraño suceso que determinaría el curso de su vida. Cierto día estaba Tiresias caminando por el bosque cuando vio dos serpientes en pleno acto sexual. Las separó con su bastón y mató a la serpiente hembra.
En ese momento Tiresias se convirtió en una mujer. Siete años más tarde se encontró con el mismo espectáculo y decidió separar a las serpientes una vez más, matando en esta ocasión al macho. Y así fue como Tiresias recuperó su forma originaria de varón. Pero este acontecimiento traería consecuencias.

La ceguera de Tiresias
En el Olimpo se encontraban discutiendo Zeus y Hera sobre quién disfrutaba más del sexo, si el hombre o la mujer. Decidieron acudir al único mortal que había experimentado el acto sexual en ambas formas, Tiresias. Éste contestó que si el placer sexual se pudiera dividir en diez partes, nueve de ellas las disfrutaría la mujer y solo una el hombre. Entonces Hera, irritada porque Tiresias había puesto al descubierto el secreto de las mujeres, le dejó ciego. Así se las gastaban los dioses del Olimpo.
Zeus no podía retirar ningún castigo impuesto por otro dios, pero sí podía mitigarlo. Así que otorgó a Tiresias el don de la profecía además de una vida larga, tan larga que abarcó siete generaciones.
Calcante, el adivino de la guerra de Troya
A otra generación posterior a Tiresias pertenece el adivino Calcante, conocido por sus predicciones en la guerra de Troya. Se le consideraba el más hábil en la interpretación del vuelo de las aves y adquirió el don de la profecía del propio Apolo, dios del que descendía. Jugó un papel fundamental en la guerra de Troya, como más adelante comentamos. Por él supieron los griegos cuántos años iban a tardar en tomar Troya y también las condiciones especiales para el éxito como la presencia del hijo de Aquiles, la recuperación de las flechas de Heracles y el robo del Paladio entro otros.
Pero tal vez su actuación más dramática ocurrió antes de comenzar la guerra cuando la flota griega estaba reunida en Áulide dispuesta a partir hacia Troya. Como unos vientos desfavorables les impedían navegar, Calcante lo interpretó como una señal del enfado de la diosa Ártemis. Se hacía necesario un sacrificio para aplacar la ira de la diosa y en este caso no era suficiente un animal. La víctima habría de ser la propia hija de Agamenón, Ifigenia. Pero esa es otra historia.
La muerte de Calcante
Un oráculo había vaticinado que Calcante moriría el día que encontrara un adivino más hábil que él. A su regreso de la guerra de Troya se encontró a Mopso, nieto de Tiresias y Calcante, en su soberbia, le retó a una competición.
Se trataba de saber exactamente cuántos higos tenía la higuera bajo la que estaban reunidos. Mopso acertó con exactitud la cantidad de higos y retó a Calcante a adivinar la prole que tendría una cerda preñada que se encontraba en los alrededores. Habiendo fallado Calcante y comprendiendo que había encontrado a alguien mejor que él, murió de angustia allí mismo.
Pero sigamos con la guerra de Troya…
Oráculos y predicciones en la guerra de Troya
El escenario de la guerra que enfrentó a griegos y troyanos presenta unas características muy singulares. Las victorias de uno u otro bando no se decidían únicamente en el campo de batalla, sino que al mismo tiempo se libraba otra guerra paralela en el Olimpo. Los dioses protegían cada uno a su héroe favorito, por lo que era imposible que ningún bando consiguiera la victoria definitiva.
Mientras los dioses jugaban a hacer la guerra en una exhibición de su propio poder, los mortales sufrían las consecuencias en una guerra interminable cuyo destino estaba ya decidido.
Efectivamente, si grande era el poder de los dioses olímpicos, más grande era el del destino. Los oráculos habían vaticinado la victoria de los griegos si se cumplían una serie de condiciones.

Diez largos años
Antes de partir a la guerra la flota griega se reunió en Áulide para hacer los sacrificios de rigor a Zeus y Apolo. Al terminar, apareció una serpiente y se subió a un árbol, parece ser que un sicómoro, donde encontró un nido de gorriones. La serpiente engulló a las ocho crías que había en el nido y también a la madre. El adivino Calcante lo interpretó como una señal del favor de Zeus y predijo que Troya caería, pero transcurridos nueve años.
El arco de Filoctetes
Otra de las predicciones de Calcante, cuando ya estaban en el décimo año de la guerra, fue que necesitaban el arco y las flechas de Heracles para tomar Troya. Las flechas eran especiales porque contenían el veneno de la Hidra, muerta a manos de Heracles. Cualquier herida producida por una de esas flechas conducía irremediablemente a la muerte. El arco con sus flechas lo heredó Filoctetes, pero éste no se encontraba luchando en Troya. Los griegos le habían abandonado en la isla de Lemnos cuando una serpiente le mordió y le produjo tal herida que el hedor era insoportable. Así pues, se hacía necesario traer de vuelta a Filoctetes y fue él quien finalmente acabó con la vida de Paris Alejandro hiriéndole con sus flechas.
Los caballos de Reso
Reso había acudido desde Tracia como aliado de los troyanos. Traía consigo unos caballos blancos decisivos para el destino de Troya pues, según un oráculo, una vez que esos caballos hubieran comido de los pastos troyanos y bebido agua del Escamandro, la ciudad sería inexpugnable. Odiseo y Diomedes se ocuparon de que eso no ocurriera acabando con Reso, su ejército y sus caballos la misma noche que aparecieron en la llanura troyana.
El Paladio
Una imagen de madera de la diosa Atenea protegía la ciudad de Troya, el Paladio. Antes incluso de la fundación de la ciudad un oráculo afirmó que Troya nunca caería mientras el Paladio estuviera dentro de las murallas. Parece ser que Odiseo y Diomedes consiguieron, ayudados por la traición de un troyano, entrar en la ciudad y robar la imagen del templo de Atenea. También hay quien asegura que fue Eneas el que se llevó el Paladio a Italia, aprovechando la confusión durante el saqueo de Troya. Pero pudiera ser que debido a la importancia de la imagen se hicieran varias copias, por lo que sería imposible saber cuál de los Paladios que se llevaron unos y otros era el auténtico.
Cumplidas estas y otras predicciones que daban la victoria a los griegos, nada se podía hacer para evitar la derrota. Ni siquiera el favor de Zeus, cuya simpatía se dirigió en todo momento a los troyanos, pudo cambiar el final establecido, aunque el trágico regreso de los héroes griegos a su patria pudo deberse a ciertos rencores de algunos de los dioses que habían luchado por la victoria de Troya.
Laura Vélez